Dos voces de un mismo y poliédrico Federico, en carne viva, a través de su correspondencia personal


En su VIII Seminario Internacional de Estudios Teatrales, Albolote (Granada) se vistió de gala para homenajear y estudiar, junto a los dos dramaturgos protagonistas en esta ocasión de un encuentro académico y teatral que ha ido sumando, año tras año, un prestigio creciente, al granadino más universal de nuestras letras: Federico García Lorca.

El tema de la presente edición, celebrada entre los días 21 y 23 de noviembre, y como es habitual, en la localidad natal y lugar de residencia del escritor José Moreno Arenas, artífice y alma mater de estos seminarios, estuvo centrado en la "Influencia de la correspondencia de Federico García Lorca en dos autores de hoy: Juan Carlos Rubio y José Moreno Arenas", motivo más que a propósito para abordar dos de las creaciones más sobresalientes en la trayectoria de ambos dramaturgos: Lorca, la correspondencia personal, del primero; y Federico, en carne viva, una de las obras más ambiciosas y singulares de la última etapa del autor alboloteño.

La representación de ambos espectáculos vino a completar, y enmarcar artísticamente, un encuentro en el que se dio cita un destacado plantel de estudiosos y profesionales del teatro entre cuyos nombres se hallaban, además de los homenajeados, Juana Escabias, Ana Prieto Nadal, Jerónimo López Mozo, Emilio Ballesteros, José Manuel Motos, Francisco Vicente Gómez, Francisco Linares Alés, Víctor Vegas, Gema Matarranz, Alejandro Vera, Antonio Miguel Morales, Francisco Gutiérrez Carbajo, Miguel Cegarra, María Jesús Orozco, Francisco Morales Lomas, Antonio Sánchez Trigueros, Miguel Serrano, Francisco Vaquero o Adelardo Méndez Moya, entre otros.

Ya tuvimos ocasión de publicar nuestra impresión sobre la obra de Juan Carlos Rubio, dirigida por él mismo, tras asistir a una representación de esta, hace varios años, en el Teatro Tomás y Valiente de Fuenlabrada (Madrid); y los muchos elogios que prodigamos entonces a un montaje que derrocha talento, profesionalidad y arte en cada uno de los elementos que lo conforman (escenografía, iluminación, ambientación sonora y musical, interpretación, dirección escénica...). Las palabras que dedicamos entonces a un espectáculo que nos cautivó, y a las que remitimos desde aquí (Lorca, la correspondencia personal), quedan cortas ante lo que se vivió en el Auditorio del Centro Sociocultural Fernando de los Ríos, donde sus dos únicos intérpretes, Gema Matarranz y Alejandro Vera, dieron una lección magistral de arte dramático y ofrecieron una actuación inolvidable, plena de emoción.

Al día siguiente se puso en escena, en el mismo espacio, Federico, en carne viva, de José Moreno Arenas, acontecimiento con el que se clausuraba, al más puro estilo teatral y lorquiano, un encuentro memorable. Si bien no pudimos asistir a esta representación de la pieza, que, estamos convencidos -tal y como nos han confirmado-, brilló de manera espectacular, con toda la potencialidad que ya atisbamos en su preestreno del 21 de noviembre, en el municipio de Gójar, nuestro encuentro previo con esta nos permite hacer una valoración del montaje dirigido por Miguel Cegarra, producido por Karma Teatro.

Hace ya un tiempo publicamos en estas páginas un amplio análisis del texto (Federico, en carne viva), cuyo primer estreno tuvo lugar en el Teatro Echegaray de Málaga, en enero de 2018, y fue publicado en la revista estadounidense Estreno, en la primavera de 2019. A él remitimos para ampliar la información que ofrecemos en esta reseña, destinada únicamente a dar cuenta del trabajo desarrollado por el equipo artístico responsable de la puesta en escena, con Miguel Cegarra al frente, y de sus intérpretes.

Todo un descubrimiento nos parece esa escenografía, a cargo de YaniPi, que potencia el protagonismo de un pozo que hace las veces de alcantarillla por la que aparece y desaparece Federico, desnudando la escena de cualquier dimensión realista para adentrarnos en el mundo poético del sueño imposible lorquiano, pleno de símbolos. Universo visual y plástico al que la iluminación de Pilar Velasco y la música de Manuel Martínez dotan de vida, junto con el empleo de un vestuario, a caballo entre el realismo y la fantasía, coordinado por Mª Dolores Rodríguez Huertas.

Pero el principal protagonismo del montaje recae, como no podía ser de otro modo, sobre los cuatro intérpretes que desarrollan la acción  del texto creado por Moreno Arenas. José Carlos Pérez Moreno se mete en la piel de Federico García Lorca, para ofrecernos la imagen de un poeta niño, inseguro, irascible, sensible y tierno, capaz de dejarse llevar por las más altas emociones y de fundirse en el pozo de la inexplicable angustia proporcionada asimismo por estas. El alma de Federico vibra y juega en la voz de Pérez Moreno, arrastrándonos con él en su viaje infinito hacia el futuro. Del mismo modo que Ana Ibáñez, en su papel de Margarita Xirgu, nos ancla a una realidad que pretende retener a Federico inútilmente, llegando incluso a contagiarse de su mágica ilusión. Enternecedoras fueron las escenas entre ambos actores, que mostraron sobre las tablas una complicidad y un saber hacer que se transmitía al patio de butacas, donde una Bernarda Alba encarnada por Rosana Barranco, llena de poderío, daba una réplica realista, doblemente metaficcional, a los anhelos imposibles del poeta. Por su parte, Marina Miranda, tanto en sus intervenciones como María Josefa o como Buster Keaton, incluso como motor de esa luna que atraviesa el escenario y baila con Federico, derrochó ese talento arrollador, de telúrico magnetismo, que caracteriza a la actriz cordobesa.

Verdaderamente asistimos, en este doble encuentro teatral, a un acontecimiento único, que raras veces se tiene la oportunidad de ver. Dos Federicos reales, vivos, en dos obras muy diferentes, pero complementarias. Dos creaciones dramáticas de altísimo nivel que ponen de manifiesto no solo la relevancia de Lorca como referente ineludible de nuestro pasado cultural e histórico, sino también la vitalidad de la dramaturgia española contemporánea y el talento de nuestros autores, encarnados, en esta ocasión, por las voces de dos insignes andaluces de nuestro tiempo: Juan Carlos Rubio y José Moreno Arenas.                            









 





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