"Un tranvía llamado Deseo", la quintaesencia del teatro como género
Quien a estas alturas del verano, por necesidad o por voluntad propia, todavía se encuentre disfrutando o padeciendo los rigores del estío madrileño, tiene aún la oportunidad de encontrar teatro, muy buen teatro, en la cartelera. El Teatro Español lo ha dado todo en un dilatado final de temporada que se ha extendido al mes de julio. Si en la Sala Margarita Xirgu se sigue representando El barbero de Picasso, excelente comedia de Borja Ortiz de Gondra de la que dimos cuenta en un anterior artículo, de manera paralela, en la sala principal del coliseo de la Plaza de Santa Ana, se representa desde hace casi un mes todo un clásico de la escena contemporánea; nada menos que Un tranvía llamado Deseo, la obra maestra de Tennessee Williams -o una de ellas-, que en 1948 -año en que se le concede el Premio Pulitzer- anunció a uno de los más grandes dramaturgos estadounidenses del siglo XX.
Siempre es un riesgo afrontar la puesta en escena de una obra tan presente en el imaginario público, como consecuencia del espectacular éxito alcanzado por la versión cinematográfica de la pieza dirigida, al igual que la versión teatral de su estreno, por Elia Kazan. Tanto Marlon Brando como Vivien Leigh, en sus papeles de Stanley y Blanche respectivamente, dieron expresión definitiva a unos rostros que forman parte de la historia del cine y de un título que constituye una de las obras cumbres del teatro de todos los tiempos. David Serrano, director y adaptador de este nuevo montaje que toma el relevo de aquella excelente propuesta dirigida por Mario Gas hace quince años, ha sido capaz de ofrecer a Tennessee Williams en su prístina pureza, mostrando la historia del dramaturgo tal y como este la concibió e incluyendo, con una afinada precisión escénica y literaria, las leves modificaciones textuales necesarias para hacer más actual si cabe un texto que en modo alguno ha envejecido. Todo el realismo desgarrador de la pieza, la hondura psicológica de sus personajes, la densidad de una atmósfera cargada por el alcohol, el sudor y la dureza de unas vidas proletarias, humildes y brutales, casi instintivas, propias de los barrios más humildes de las ciudades sureñas que tan bien conoció y tanto marcaron la trayectoria literaria del autor, se muestran en este impecable montaje, perfecto en su concepción y su hechura. Al igual que el contraste entre este mundo y el representado por una Blanche Dubois (Nathalie Poza) que encarna la idealización envilecida de otra sociedad paralela y ajena, cuyo refinamiento es tan falso como la bisutería con la que aquella disfraza y engaña su degradación, su enajenación y su miseria.
La inesperada llegada de Blanche al sórdido hogar -si bien feliz, en su rudeza- del matrimonio formado por Stanley Kowalski (Pablo Derqui) y Stella (María Vázquez), su hermana, crea una incómoda situación que no tarda en convertirse en dramático enfrentamiento entre Stanley y aquella. La presencia en la casa de una Blanche que inmediatamente asume todo el protagonismo, dadas las características de un personaje de riquísimos matices, muy complejo, ligado a la enfermedad, las falsas ilusiones y el dolor, es el motor de una acción tensa, de enorme intensidad dramática, hábilmente administrada por una dirección sobresaliente que ha sabido aportar el ritmo requerido a una obra cuyas tres horas de duración -descanso incluido- no pesan en modo alguno.
David Serrano ha contado en su equipo con el excelente escenógrafo Ricardo Sánchez Cuerda, que ha vuelto a sorprendernos con una maravillosa escenografía que aúna el realismo de la ambientación y el atrezo, con la sugerencia de espacios a través de cortinas, escaleras y, un imaginativo techo donde unas vías férreas se entrecruzan, recordándonos ese tranvía tan presente en escena -también acústicamente- como el deseo. Más que adecuado el vestuario diseñado por Ana Llena, al igual que la iluminación de Juan Gómez-Cornejo y el espacio sonoro, a cargo de Luis Miguel Cobo, que contribuyen a lograr tanto ese verismo realista que impregna toda la obra como la densidad de una atmósfera cargada de tensión dramática.
Por lo que respecta al reparto, no podemos más que añadir elogios a lo dicho hasta ahora. Si algún espectador fue al espectáculo con alguna idea preconcebida, o la intención de comparar el trabajo de los protagonistas de la función con el de aquellas figuras que inmortalizaron hace tiempo la obra, pronto abandona -o debería hacerlo- aquellas referencias para entregarse a la espectacular interpretación de los maravillosos actores que se han sumado a este tranvía: Nathalie Poza construye una Blanche más que creíble, llena de fuerza y emotividad, con momentos -muchos momentos- verdaderamente sublimes; sería un error compararla con ninguna imagen previa del personaje, pues este es perfecto y exclusivo de la excelente actriz. Lo mismo cabe decir de Pablo Derqui, un actor que ejemplifica la excelencia en sus papeles y construye un Stanley también único, pura verdad y fuerza, lleno de matices en su interpretación. María Vázquez crea una Stella perfecta, al igual que lo hacen Jorge Usón con su papel de Mitch, Carmen Barrantes como Eunice y Mario Alonso dando vida a Steve. Impolutos asimismo en sus respectivos cometidos -no por menos relevantes menos importantes- Rómulo Assereto (Pablo / Médico) y Carlos Carrecedo (Joven / Enfermero).
Un tranvía llamado Deseo es una obra impecable en su factura, desde el punto de vista de la construcción lingüística y dramática; un ejemplo para las nuevas generaciones -también las más veteranas- de lo que es verdaderamente el teatro como género: los diálogos responden a la situación y a la compleja psicología de unos personajes tan perfectos en su hechura como aquellos; las escenas se suceden con un ritmo natural, nacido del empuje mismo de una acción que fluye y mantiene el interés por cuanto sucede sobre el escenario, gracias a la trama tejida por el autor, y se desarrolla ante los ojos del espectador sin necesidad de que ningún ente ajeno a esta venga a recordarle o contarle nada; simplemente acción hecha presente, la característica inequívoca y genuina del teatro. Cuando estos elementos se integran armoniosamente surge -puede surgir- la obra maestra; y si son acompañados por un equipo de profesionales -como es el caso- capaces de poner de relieve toda la potencialidad del numen creador, siendo creadores asimismo, el público responde siempre. Así sucedió ayer, con un patio de butacas puesto en pie al unísono para agradecer y aplaudir la excelencia.
Esta producción pone el broche de oro a una temporada memorable del Teatro Español, que ratifica la envidiable gestión que Eduardo Vasco está realizando al frente de este importante baluarte de nuestra escena. Quien no haya tenido la fortuna de ver esta maravilla, todavía está a tiempo: Un tranvía llamado Deseo se mantendrá en cartel hasta el 27 de julio. ¡No se lo pierdan!
Fotografías: Elena C. Graiño
Imágenes cedidas por el Teatro Español
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