"Lo siento, no era yo", de Esther Berzal, una autoficción en torno a los trastornos de conducta alimentaria


Lo siento, no era yo, un nuevo texto de la actriz, dramaturga y directora Esther Berzal, que en esta ocasión ha dejado en manos de María Uruñuela la dirección del montaje de una obra que interpreta junto con Lauren Gumuccio y Ana Belén Camarero, se representa estos días en la sala madrileña Nave 73. La conexión entre estas cuatro mujeres que llevan el teatro y el compromiso con los retos de su tiempo retratados en la mirada, en cada palabra y cada gesto, se puso de manifiesto no solo en el perfecto engranaje dramático engarzado con un lenguaje escénico endiabladamente (en el mejor sentido del adverbio) dinámico y efectivo, pleno de sugerencias y permanentes estímulos cargados de significado, sino en el coloquio que tuvo lugar a continuación entre estas y el público que asistió ayer miércoles al reestreno en Madrid de esta pieza autoficcional que inició su andadura a finales de 2021 en El Umbral de Primavera.

"Esta es la manera en que yo me manifiesto"... la afirmación con que firma habitualmente Berzal sus creaciones, da cuenta de la apuesta dramatúrgica de la autora por el sendero de la autoficción, visible en buena parte de las obras de esta segoviana cuyo trabajo y evolución hemos seguido con atención desde que, en diciembre de 2018, asistiéramos en la sala Bululú a la representación de Antes de agosto, y meses más tarde, en El Umbral de Primavera, a la escenificación de Mi dolor es..., donde la potencialidad de esta creadora nacida para el arte desde la danza -trasladada a la expresión verbal- manifestó ya todo su brillo, reconocible asimismo en su capacidad para la dirección escénica.

La autora vuelve a ahondar, en esta ocasión, en algunos de los fantasmas -muy reales- y vivencias que marcaron su no tan lejana adolescencia, mostrándolas al exterior, sublimadas por la práctica sanadora de la expresión artística, con toda la intensidad emotiva de quien hurga en su interior en un intento racional de comprender y perdonar -de curar, en definitiva- lo que fue y sintió haber sido. Algo de bálsamo terapéutico se percibe en esta mirada ante el espejo del yo que busca, pide u ofrece respuestas; unas respuestas personales que, trascendidas y compartidas, pueden servir asimismo para convertirse en reflejo de otros espejos no tan distantes. El otro se hace yo, y viceversa, en este juego especular donde se afrontan problemas comunes que pueden y deben ser compartidos para aprender y sanar.

La catarsis provocada en el pasado por el dolor de héroes ajenos y lejanos se ha hecho más real y cercana en nuestro tiempo; más próxima y vívida aún al contemplarla en seres como nosotros, que desnudan su fragilidad, sus deseos y sus miserias con la esperanza de ser reconocidos y comprendidos, para reconocerse y comprenderse en nuestra aceptación. El autor, personaje y actor a un tiempo de sí mismo, se desdobla en otro para así, desde el distanciamiento que otorga la recreación escénica, deshacer el nudo que lo atenazaba y el dolor asociado a este. Un dolor -en este caso, el provocado por los trastornos de conducta alimentaria- que es asumido, compartido y sublimado artísticamente por las dos excelentes actrices que acompañan a Esther Berzal en el escenario; una magnífica Lauren Gumuccio a la que conocimos en Cerrado por Navidad, pieza escrita y dirigida por Berzal en 2020 -de sesgo muy distinto a la que nos ocupa-, quien forma un tándem perfecto con esta en sus respectivos papeles como Carmen y Ágata (corporeización de sus temores y deseos), que intercambian en el transcurso de la acción; y una no menos solvente y perfecta, en su personaje de madre, Ana Belén Camarero.

El tema abordado por la autora en su texto, el de los trastornos de conducta alimentaria (TCA), se adentra en una realidad social que afecta mayoritariamente a las mujeres y, de forma acentuada, en una determinada franja de edad en la que estos trastornos psicológicos, fruto de la presión e influencia del medio, pueden provocar situaciones traumáticas muy dolorosas; y lo hace con un hondo sentido artístico que no se ve lastrado por la densidad del problema planteado y vivido, apoyada en la dirección de una María Uruñuela que modela la acción y las palabras de la obra con un ritmo envidiable, sin más ayuda espacial que la de algunos elementos de atrezo -una bañera, una pequeña mesa movible, un perchero...-, un efectivo uso de la iluminación y la ambientación sonora, y el impecable trabajo interpretativo de las tres actrices.

Tanto por el tema de la obra como por su confección artística, Lo siento, no era yo, de Esther Berzal, es una muy interesante propuesta teatral para este mes de abril y una excelente oportunidad para conocer el trabajo de esta personal creadora segoviana, que estará todos los miércoles y jueves, hasta el 20 de abril, en Nave 73.

José Luis González Subías


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