El realismo mágico de Trece Gatos se vierte en "Yerma", de García Lorca


Mucho hemos tardado en calzar de nuevo las espuelas para dirigirnos al teatro, una vez superada la contienda que nos ha mantenido alejados de nuestros quehaceres y aficiones durante un tiempo. Y qué mejor forma de reencontrarnos con la escena que dirigirnos al Centro Sociocultural Mariano Muñoz, en Usera, donde la compañía Trece Gatos, desde hace más de diez años, despliega una actividad artística sorprendente, que ha sido capaz de hacerse un honroso espacio en la siempre difícil supervivencia de las salas teatrales independientes, habiendo sabido encontrar y ganar, con cada uno de la treintena de montajes que acumula en su recorrido, un público fiel que asiste a sus espectáculos siempre con la segura esperanza de encontrar sobre el escenario una propuesta teatral original y distinta a cuanto se programa a su alrededor.   

Con un estilo inconfundible que ha mantenido a lo largo de su consolidada trayectoria como director y adaptador de los más variados autores de la literatura dramática universal -Shakespeare, Lorca, Aristófanes, Arthur Miller, Molière, Goldoni, Agatha Christie, Sanchis Sinisterra, Woody Allen, Buero Vallejo...-, Carlos Manzanares Moure ha sabido crear un sello propio, una fórmula escénica inequívoca en cuanto a su intención y esencia, a la que podríamos denominar cuento teatral, cuyos principales ingredientes son la ternura, la sensibilidad, la ensoñación poética, un acentuado gusto estético y una presencia permanente de la música en directo, que sirve de vehículo conductor de la acción y dosifica los tiempos y el ritmo de los actores; entre los que cuenta con un destacado espacio protagonista Raquel León, la inseparable musa y apoyo de Moure en todos y cada uno de su montajes.

Varios son los que este ha dedicado a Federico García Lorca en los últimos años, El maleficio de la mariposaDoña Rosita la solteraLa zapatera prodigiosa; a los que debemos añadir un Yerma cuyo dramático contenido y trágico final aguijoneaban nuestra curiosidad, más aún si cabe, por descubrir cómo resolvería el director y adaptador este nuevo reto escénico, manteniendo sus constantes estéticas y su fórmula onírica sin que la intensidad conceptual y la densidad trágica del texto lorquiano se vieran mermadas. Y a fe que vuelve a conseguirlo. En la Yerma que vimos ayer estaba Lorca -inconfundibles algunos de sus poéticos parlamentos-; pero de nuevo un Lorca adaptado al lenguaje intemporal de los cuentos, sin edad ni etiquetas, donde la realidad da paso a una ficción en la que todo puede ser edulcorado -en el mejor de los sentidos- y embellecido desde el prisma de la imaginación y del arte. Apreciamos el conflicto interior de una joven esposa anhelante del hijo que no alumbra, la primitiva y mezquina sociedad de la España rural retratada por el poeta granadino, los intereses, los temores, los celos, las envidias, el honor... y un conflicto matrimonial al que Moure ha dado una especial relevancia para mostrar el sometimiento de la mujer casada en tiempos de Lorca y un maltrato que, de alguna manera, sirve para justificar el fatal desenlace al que conduce la historia. Pero al lado de Lorca, con toda su intensidad y creatividad escénica, percibimos también a Carlos Manzanares, que volvió a llevarnos a su propio mundo, en el que tanto doña Rosita, como Yerma o las zapateras son siempre prodigiosas y llevan el rostro de Raquel León.

Excelente interpretación la de esta actriz, inseparable del universo mouriano, al que da voz y forma corpórea; a la que acompañaron en esta ocasión Livia Oliveros, Alfredo Aguilar, Luna Bermejo, José Álvarez, Ángeles Laguna, Elena Buitrago, Eider Ballestero, Mar Hernández, Beatriz Fernández, Carmen Carnerero, Paloma Gherrero, María Díaz y Ana Arousa. Todos ellos -entre los que se encuentran nombres habituales en los montajes de la compañía- formaron un compacto -y muy extenso- elenco que llevó adelante la farsa con notable solvencia, observados e impulsados por la presencia y la música en vivo interpretada por Moure a la guitarra, a quien acompañó en esta ocasión, al piano, Juan Molina.

Como es habitual asimismo en los espectáculos de Trece Gatos, la economía en los medios es suplida por una sobrada dosis de talento e ingenio, aplicados también al planteamiento escenográfico de los montajes -y su resolución material-, así como al vestuario, la iluminación y el maquillaje -uno de sus puntos fuertes-, elegidos y empleados de tal modo que han llegado a constituirse asimismo en una seña de identidad de la compañía.

Como decíamos al inicio de esta reseña, Trece Gatos ha sabido mantenerse y crecer con unas propuestas escénicas muy personales que no dejan de atraer y sumar seguidores. Quien no haya conocido aún el trabajo de este entusiasta grupo de amantes del teatro, cuya calidad -lo hemos afirmado en otras ocasiones- los hace merecedores de la mayor difusión y, por qué no decirlo, de más altos vuelos, tiene la oportunidad de hacerlo visitando esta Yerma que seguirán representando todos los sábados hasta el 26 de junio, en el Centro sociocultural Mariano Muñoz, donde podrán escuchar esta intensa declaración de amor lorquiana cuya fuerza y esencialidad siempre nos fascinó:

YERMA: ¿Y qué buscabas en mí?
JUAN: A ti misma.

José Luis González Subías


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